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El siguiente texto es el cuadro de costumbres “Quejas al Mono de la Pila” de Juan Crisóstomo Osorio, publicado originalmente en El Mosaico (Bogotá, 5 de noviembre de 1859). Originalmente situada en la Plaza de Bolívar, la fuente del Mono de la Pila estaba en la Plaza de San Carlos, frente a la Iglesia de San Ignacio, cuando Osorio Ricaurte escribió este texto. Actualmente, esta fuente se conserva en el Museo Colonial de Bogotá, aunque existe una réplica entre los pasacalles de las carreras séptima y décima con calle veintisiete. Durante el siglo XIX, se dice que las madres mandaban a sus hijos a traer el agua del Mono de la Pila. Como estos se quejaban por el esfuerzo de traer el agua en baldes hasta la casa, las madres les contestaban ‘vaya a quejarse al Mono de la Pila’. Así, el Mono de la Pila se convirtió en el receptor de quejas y reclamos de los habitantes de Bogotá.

Quejas al

Mono de

la Pila

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Vista general del “Mono de la Pila”. Ubicado actualmente en el patio central del Museo Colonial de Bogotá. Fotografía de Rosa Eliana Ortiz Castro.

Figúrese usted, señor Mono, que, hace algunos meses me dio, por mal de mis pecados, la ventolera (1) de aprender piano, sin proponerme fin ninguno. Yo no pensaba en que más tarde me serviría de distracción, ni pasó por mí la idea de gloria, ni la de ser llamado maestro o aficionado; y mucho menos pensé en las funestas consecuencias que el dicho aprendizaje había de tener para mí, que si tal hubiera pensado, me habría guardado bien de emprenderlo. (2) Aprendía por aprender, y porque mi familia me lo aconsejaba.

Recibía entonces lecciones de música una hermana mía, y, aprovechándome de esta oportunidad, empecé a recibirlas yo también. Ocho días después estaba yo enfrascado en aquello del pentagrama, y las adicionales, las breves y las longas, semínimas, garrapateas, y mordentes, y calderones, y líneas en forma de zig-zag, y todo lo demás que en la obra de Agudelo más largamente se contiene.

 1. Ventolera: pensamiento o determinación inesperada y extravagante.

 2. Esto contradice una idea general según la cual tocar piano era una actividad de distinción, asociada a un ideal de vida civilizada.

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Ejemplo de una de las láminas de Lecciones de música precedidas de una introducción histórica, seguida cada una de su respectivo programa de Alejandro Agudelo (Bogotá: imprenta de Pizano y Pérez, 1858), obra a la cual se refiere acá el autor. (Colección Biblioteca Nacional de Colombia)

Por otra parte, rabiando y dándole de puñetazos al piano, como si el cuitado (3) fuera responsable de la tesura de mis dedos, no menos reacios para ejecutar la diatónica, que para repasar la cromática, o de mi poca destreza para hacer una cosa con la zurda y otra con la derecha, cuando ya estaba en valse. Entonces eran los apretones de manos, las yucas y todas las atrocidades que hacen los pianistas con sus desventuradas manos, las cuales se me figura que se han de consolar viendo, o mejor dicho, palpando que las teclas no sufren menos, porque al fin y al cabo es cierto que mal de muchos consuelo de tontos, y ya tengo dicho que tontos eran mis dedos. A todo esto se agregaba que mi hermana, que sabía más que yo, me gritaba desde su cuarto: “eso no es así, eso está muy feo”, y antecogiendo su costura, solía irse al rincón más retirado de la casa, gritándome al irse: “eso está sin compás”, y seguía diciendo como hablando consigo misma: “no sé cómo dicen que este niño tiene disposición”. Todo esto es nada, señor de la Pila; ya llegaremos a las tertulias caseras. (4)

Cuando se les ocurría bailar a los que estaban en casa de visita, me hacían tocar, y a los 4 o 5 compases me decía alguno de mis hermanos: “toque bien, o no toque”, y si estaba tocando una polka mía, no faltaba quien dijera: “esa contradanza es muy fea, es plagio”. Esto es nada todavía, señor Mono; ya llegaremos a los bailes.

El anterior párrafo no deja de evocar lo que, años más tarde, Gonzalo Vidal escribirá sobre una dama con ínfulas de pianista en La miscelánea en 1895

A UNA VIEJA

 

Pianista de pacotilla,

Cantatriz sin vocación, 

Como objeto de irrisión

Es usté una maravilla,

Digna de exposición.

A una Vieja
Haz click aquí para escuchar el poema
de Gonzalo Vidal, publicado en La miscelánea en 1895
Voz: Juana Monsalve. Grabación y mezcla: Natalia Bohórquez

En este estado de cosas, interrumpí mi estudio sin dejar por eso de poner una que otra piececita al oído, y de ese modo he llegado a la época aciagada y calamitosa que actualmente atravieso: a la mala como hombre de sociedad; a la peor como bailarín, y a la pésima como pianista.

 

Revístase usted, señor Mono de la Pila, de toda la paciencia que lo caracteriza, que bien la necesita, si ha de escuchar atentamente lo que paso a referirle. Cuando se está formando la lista de convidados a un baile, dicen: “convidemos a N., ese toca piano y nos puede servir de mucho”; no me atrevería a jurar que así sucede, pero lo tengo por más que probable. Lo que sí me atrevo a asegurar, por haberlo visto y palpado, es que me convidan a todos los bailes en que no hay orquesta, y rarísimas veces a aquellos en que no hay piano. ¡Qué casualidad!

 

Es cosa de ver la seriedad que conmigo gastan los cachacos, y sobre todo, las cachacas al principio de un baile. Nunca he conseguido ni una sonrisa, ni una mirada, ni un saludo sin mirarme. Entonces sí que me siento abrumado bajo el peso de mi fealdad; las jóvenes me hacen creer al empezar una tertulia que soy más feo de lo que soy; entonces no encuentro pareja ni se me llama al comedor ni una vez siquiera. A los de la casa como que los oigo decir allá para su capote: “vaya, ya llegó el músico oneroso”.

 

3.  Cuitado: afligido, desventurado.

4.  Osorio se burla de la educación musical de los aficionados que, al cabo de pocas clases y con pocos rudimentos técnicos, ya tocaban valses y otras danzas. Se burla también de los profesores que dicen “este niño tiene disposición”.

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Salón de Manuelita Saenz en la Quinta de Bolívar (Bogotá). La reconstrucción de este espacio buscar dar una imagen de los salones del siglo XIX.

Pero pasan una hora o dos: ¡qué transformación, qué cambio, qué diferencia tan pronta, tan admirable, tan sorprendente! Empiezo a notar unas risitas, así tal cual, me saludan mis amigas antiguas, los desconocidos se me presentan ellos mismos, los amigos me descuartizan a abrazos, la señora de la casa me busca pareja, y su señor esposo me lleva al comedor repetidas veces.

Mire que tiene que hacerme un favor, me dice una antigua amiga, y una nueva tiene el honor de saludarme por primera vez pidiéndome un servicio; un amigo me da unas amabilísimas palmadas en el hombro a trueque de que lo saque de un apuro; el dueño de casa me hace multiplicadas cortesías diciéndome: “tiene U. que dispensar, pero… y la señora de casa me hace el favor de proporcionarme modo de lucirme; no hay varón que no tenga algo que decirme, ni hembra que no tenga ardientes deseos de oírme tocar. ¿Qué significa todo esto? que todos tienen ganas de que yo les toque para bailar. Nada de esto me sucedería si yo estuviese como usted, señor Mono, con las manos pegadas al estómago, o si mis dedos fueran tan inflexibles como los de usted.

En esto una voz me grita: “el piano lo aguarda: un valsecito para oír”, mientras que otra me dice: “por lo que más quiera; mire que me interesa”; otra voz, que pertenece a otra niña, me hace la confianza de que ella (la niña) va a bailar con él. Por fin, cuando algún conocido me lleva a empellones hasta el piano, hago las mejores demostraciones de gusto, y esforzándome a poner buena cara, toco el valse para oír, pero lo bailan. Bien sé que a los danzantes les importa poco saber cómo estaré yo por dentro: lo que les interesa es bailar, y que rabie el músico.

Ocúrresele a la sazón a alguna vieja que el valse es deshonesto (5) y me manda decir, o viene ella misma y me dice: “¿tuviera U. la bondad de cambiarlo en polka?” Sí, señora, le contesto, y hágolo al momento. Entonces la sala se vuelve un laberinto. ¿Qué digo un laberinto? Un día del juicio, o por mejor decir, una noche de la locura. “No! no! no! que no se cambie la pieza”, dicen unos; “Sí! sí! sí!” gritan otros; otros exclaman: “mejor es schottisch”; “que siga la polka”, vocifera otro; y no falta quien chille: “redova, redova”; ni quien me diga al oído; “mejor es que lo deje: hay muchos comiendo pavo”. (6) ¡Qué posición la de mi cuitada persona con tantos mandones como concurrentes! Póngase U. en mi lugar, señor Mono de la Pila, y, la mano sobre su corazón y dígame si a pesar de su genial apatía no saldría U. de sus casillas. Por último, a la voz de “cualquier cosa, pero no lo deje”, aburrido, desesperado de ver tanta gente tan galante y considerada, toco lo que mejor me parece y concluyo a la hora que creo conveniente, y entonces, si toco corto, me regañan los que bailaban con la novia, y si largo, todos los que no bailaban o lo hacían con quien no era de su agrado, tan de serio, que es increíble le den tan mal pago a quien les ha hecho la merced de tocarles; diciendo términos hasta feos, como amigo inconsecuente, canalla, bobo y otros. Los descontentos me regañan y los contentos no me dan las gracias. Me paso pues ese intermedio renegando de mi estrella.

A poco ya están todos contentos; las mujeres no solo me sonríen, sino que ríen conmigo; me pegan con el abanico, diciéndome: mire que tengo que decirle una cosa; me recuerdan que somos parientes, amigos, vecinos o compadres, o me aseguran que han conocido a mi abuela, o a alguno parecido a mí, haciendo valer todos estos títulos para otro favorcito. Empiezan los elogios a mi habilidad musical y encarecen lo sabroso que es bailar cuando yo toco. Empiezan de nuevo a decir: “otra cosita, una cuadrilla”, y yo les contesto: “tengo pareja”; “no le hace, replica alguna, yo le toco después para que baile”; cosa que (por mi palabra de honor) nunca se ha verificado; yo sigo diciendo: “es precisamente para lo que tengo pareja” y siguen con el eterno no le hace; alegan que ya la mamá se quiere retirar, y yo me resisto hasta que la pareja que tengo viene y me dice: “una cuadrillita”: a semejante descaro, no me queda qué contestar y voy con la humildad de un cordero a tocar la cuadrilla que hubiera debido bailar conmigo la misma que me obliga a tocar. ¡Qué bien hizo U., señor Mono, en no dedicarse a la música! Llego al galop y entonces si hay unanimidad de votos y tengo que tocar un prolongado galop popular; hasta que algunas caritativas madres prohíben que siga y se sientan a refrescarse. Entonces es cuando la desdicha de un pianista llega a su colmo; entonces, cuando quisiera no haber nacido; se me insta para que toque algo para oír, algo bien ruidoso, dice uno; sí, sí, una pieza de bravura, dice otro que las echa de entendido, y yo que sé de pe a pa lo que significan esos ruidos y esas bravuras donde hay machos y hembras, me resisto hasta donde mis debilitadas fuerzas me lo permiten, diciendo que no sé. —“¿Cómo no? si usted toca admirablemente”, replica uno; “aprisa que ya se van”, añade otro, llevándome hasta el piano; por último me resigno a ser el biombo musical de toda aquella gente y toco recio y largo. Concluyo, y en vez de oír aplausos, no dejo de oír decir alguna vez: “¿cuándo empieza U. por fin?” Yo contesto: “hasta mañana, señores, que pasen ustedes buena noche”; nadie me responde, y salgo jurando no volver a tertulias en que haya piano y temeroso de que me hagan volver del zaguán a tocar el cotillón, cócora de viejas y de pianistas; que si ellas le han puesto el engaña-madres, yo le quiero poner el agota-paciencia de los pianistas.

Por tanto, no extrañe U, señor Mono de la Pila, que, cuando me vengan a convidar a una tertulia, en vez de dar las gracias, pregunte si hay piano; lo que suplico a U. tenga la bondad de poner en conocimiento del público, aprovechándose de la elevada posición que ocupa.

Un pianista.

5.  “Deshonesto” ya que las parejas deben abrazarse para bailar el vals, a diferencia de la polka en donde las parejas no se abrazan.

6.  Comer pavo: quedarse sentado durante un baile.

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